Publicación: La Tercera. Quizás estás leyendo este artículo mientras estás haciendo shopping o mientras almuerzas. Quizás te importa el medio ambiente, realizas acciones que te han dicho son sustentables y piensas que estás generando un impacto positivo en el planeta. Pero quizás, no estás al tanto de la huella oculta que tiene tu estilo de vida. Bueno, esta columna es para ti.
¿Qué se nos viene a la mente cuando pensamos en conductas sustentables? Quizás pensamos en cerrar bien la llave del agua, apagar la luz, o usar un automóvil híbrido. Tiene sentido, ya que todas son conductas que nos han asegurado son piedras angulares de la sustentabilidad. Sin duda alguna, debiéramos adoptar la mayoría de éstas, pero ¿son lo más significativo que podemos hacer en términos medioambientales? En cuanto al uso del agua, por ejemplo, un grifo de lavamanos en mal estado que filtra una gota por minuto desperdiciará aproximadamente 128 litros de agua al año. No cerrar el mismo grifo mientras nos cepillamos los dientes, podría gastar unos 2.848 litros al año. Cifras que suenan alarmantes y que, por supuesto, hay que considerar. Sin embargo, sólo 1 par de pantalones blue jeans tiene una huella hídrica de producción que puede llegar a los 6.800 litros de agua. Por otra parte, 1 kilogramo de carne de vacuno tiene una huella de 15.500 litros de agua. Por lo tanto, ese corte de carne que uno “tira a la parrilla” sin pensarlo dos veces, tiene una huella hídrica que equivale a grifos filtrando agua en 121 casas durante un año completo. En términos de energía, las ampolletas LED han sido la gran consigna de ahorro energético en nuestros hogares. Sin embargo, la vivienda promedio en Chile usa cerca del 3% de su energía en iluminación. El 56% la energía se gasta en calefacción, debido a los mediocres estándares de reglamentación térmica con los que se han construido la mayoría de las viviendas en el país. En cuanto a emisiones de gases efecto invernadero, si se cambia 1 ampolleta tradicional por 1 ampolleta LED, esa vivienda estaría reduciendo cerca de 90 kilogramos de emisiones de CO2 anualmente. Por otra parte, 1 kilogramo de carne tiene una huella de 27 kilógramos de CO2. Si suponemos que en un asado promedio se consumen cerca de 3 kilogramos de carne, ya estaríamos perdiendo lo ahorrado por la ampolleta LED en cuanto emisiones. El dióxido de carbono y la contaminación del aire es un tema que solemos escuchar se resolverá con la electro-movilidad y los automóviles híbridos. Bueno, si hacemos el cálculo nos daremos cuenta de que un automóvil bencinero promedio emite cerca de 4,6 toneladas de CO2 al año. Paralelamente, la huella de fabricación de un auto híbrido puede ir entre las 6,0 y 35,0 toneladas de CO2. Esto significa que, si pensamos cambiar nuestro automóvil bencinero antiguo por una nueva SUV híbrida, la huella de CO2 de fabricación de esa SUV sería equivalente a seguir usando el automóvil antiguo durante unos 7 años. Esto no significa que no debamos cambiar nuestras ampolletas a tecnología LED o que no nos sumemos a la transición de la electro-movilidad. Simplemente significa que es importante considerar la huella oculta que hay detrás de nuestro estilo de vida, particularmente asociada a nuestra cultura de consumo. A medida que se amplifica la desconexión entre nuestro estilo de vida y los procesos que nos permiten tenerlo, la capacidad de evaluar nuestras propias conductas con una mirada crítica disminuye de manera sustancial. Nos encontramos inmersos en una sociedad donde nos alimentamos gracias al fast food, nos vestimos gracias al fast fashion y si algo no nos satisface, siempre podemos desecharlo ya que mañana encontraremos una nueva versión del producto y a un precio asequible. Por lo tanto, la próxima vez que pienses en sustentabilidad, recuerda cerrar bien la llave y bajarte de tu automóvil bencinero. Pero recuerda también ir un paso más allá y pensar en tu verdadera huella medioambiental. Esa huella indirecta, oculta e ignorada, que nos genera un gran daño del cual no nos estamos percatando. Publicación: Franca Magazine. Mientras el mundo pone su atención sobre la prohibición de bombillas y bolsas plásticas, hay un actor que se mueve sigilosamente en el fondo de esta película de terror medioambiental: la industria de la moda.
La fabricación de ropa y textiles forma parte del sector industrial es responsable de un 21% de las emisiones de gases efecto invernadero a nivel global. El consumo y la producción de ropa ha aumentado de manera importante en el último tiempo. Actualmente, se compran más de 80 billones de prendas al año. Esto es un aumento de un 400% con respecto a lo que comprábamos en el año 2000. Y si bien la población ha crecido –y por lo tanto tenemos más bocas que alimentar y más cuerpos que vestir– esa no es la única causa de este problema. La vida rápida Anteriormente se tenían dos recambios de ropa al año, separados en dos temporadas: otoño-invierno y primavera-verano. Hoy tenemos prácticamente 52 temporadas al año, con cadenas de retail como H&M, Zara y Forever 21 entre otras, que realizan recambios de ropa de manera semanal. Hemos entrado en el paradigma del fast fashion. Notar esto es muy importante, porque la industria de la moda tiene un considerable impacto medioambiental. La gran mayoría de las prendas se confeccionan a partir de algodón, que en ocasiones se encuentra genéticamente modificado y que además necesita de enormes cantidades de agua para producirse. A modo de ejemplo, una polera de algodón necesita de 2.700 litros de agua para fabricarse, mientras que un par de jeans tiene una huella que puede llegar a los 6.800 litros. Fácil de comprar, fácil de desechar Bueno, ¿pero qué vamos a hacer? Seguramente no vamos a dejar de vestirnos o usar ropa por el medioambiente. Una vez más –y similar a lo que ocurre con otros aspectos de nuestro estilo de vida, como nuestros hábitos alimenticios– el problema no radica en los productos de consumo, sino más bien en la forma en la que los estamos consumiendo. Un estudio realizado a 2.000 mujeres del Reino Unido el año 2015, indicó que las mujeres en promedio usan una prenda de ropa solo siete veces antes de desecharla. Esto significa que hay prendas que son utilizadas solo una vez en toda su vida útil. En el año 2013, el Wall Street Journal realizó un reportaje afirmando que las personas de nivel socioeconómico alto usan aproximadamente el 20% de su vestuario de manera regular. El 80% de las prendas pocas veces sale del clóset y por lo tanto termina siendo desechada. Estos hábitos nos han llevado a que, por ejemplo, una persona promedio en Estados Unidos, hoy, deseche más de 30 kilogramos de ropa al año. Tenemos que vestirnos para vivir, no vivir para vestirnos En un mundo donde lo barato, desechable y rápido está creciendo diariamente, es importante detenerse y tomarse el tiempo de cuestionar nuestros hábitos de consumo. Los conceptos de fast food, fast fashion y vida fast, al parecer no se irán a ningún lado por el momento. Pero, al menos, la próxima vez que pensemos en comprar ropa, podríamos pensar en cuánto uso realmente le vamos a dar. Además, ya que nos estamos tratando de acostumbrar a rechazar los famosos “plásticos de un solo uso”, aprovechemos también de reducir nuestro consumo de “ropa de un solo uso”. Le estaremos haciendo un favor a nuestros bolsillos y también al medioambiente. Publicación: La Tercera. Bolsas, bolsas y más bolsas. Al parecer, las bolsas de papel llegaron para quedarse. Probablemente tienes varias en tu casa y te las encuentras diariamente en distintos lugares. Bolsas de papel en supermercados, comercios y locales de comida. Es una de las principales medidas de sustentabilidad que se han adoptado últimamente en pos del medioambiente, con el objetivo de reemplazar a los plásticos de “un solo uso”. Una bolsa de papel tiene un impacto considerablemente menor que una bolsa plástica -ya que se puede reciclar- o al menos, eso hemos escuchado.
Se han conducido distintos estudios al respecto, intentando develar el verdadero impacto medioambiental que tiene la producción y uso de bolsas de distintos materiales. Resulta que producir una bolsa de papel requiere de cuatro veces más energía que producir una bolsa plástica. Además, organizaciones como la Agencia Medioambiental del Reino Unido (EA UK) han calculado la cantidad de veces que una bolsa debiese ser reutilizada, con el objetivo de tener un menor impacto medioambiental que una bolsa plástica tradicional. Esto significa, la cantidad de recursos que requiere para producirse versus la cantidad de veces que será utilizada y, por lo tanto, si su producción se justifica. El estudio mostró que las bolsas de papel debían usarse al menos tres veces, mientras que las bolsas plásticas debían usarse cuatro veces, para justificarse su producción. Una de las conclusiones más evidentes que se pudo obtener del estudio, es que el principal problema con las bolsas de papel radica en su baja durabilidad. Si una bolsa de papel termina por romperse antes de ser utilizada tres o más veces, entonces no existe un mayor beneficio en producirla a un mayor costo energético y medioambiental. Sin embargo, un argumento a favor de las bolsas de papel es que, si bien requieren de más energía para producirse y tienen una menor durabilidad, al menos se pueden reciclar. Esto es cierto, siempre que la bolsa efectivamente se termine reciclando, y es justamente ahí donde tenemos un gran problema. Aproximadamente el 91% de la basura en el mundo no se recicla. Por lo tanto, la mayor parte de esa basura termina en vertederos. Esto es particularmente importante y tiene que ver con el mecanismo de degradación de cualquier residuo. Cuando algo se desecha en condiciones naturales -como por ejemplo una fruta, desechos orgánicos o incluso un papel- se degrada de manera natural. Las moléculas de carbón (C) contenidas en su interior son liberadas lentamente hacia la atmósfera, que en parte contiene oxígeno (O2), generando dióxido de carbono (CO2). Sin embargo, esto rara vez ocurre en el mundo actual. La mayoría de los residuos no se degradan en espacios naturales, sino que lo hacen en vertederos y rellenos sanitarios. Un vertedero tiene condiciones muy particulares, lo que hace que los residuos se degraden de una manera muy diferente. En primer lugar, en un vertedero se genera un ambiente anaeróbico, ya que no hay mayor presencia de oxígeno, además de ser un espacio muy compacto y que en general se encuentra a altas temperaturas. Esto produce que las mismas moléculas de carbón se conviertan en metano (CH4), un gas efecto invernadero que puede ser hasta 30 veces más dañino que el dióxido de carbono (CO2). Por lo tanto, todos nuestros restos de comida, desechos e incluso nuestras bolsas de papel “reciclable”, pueden potencialmente terminar contribuyendo al cambio climático. Entonces, si es que decidimos escoger una bolsa de papel por sobre una bolsa de plástico, pero luego decidimos desechar esa bolsa con la facilidad a la que estamos acostumbrados, no le estamos haciendo ningún favor al medioambiente. Finalmente, no se trata sólo del material de los productos que consumimos, sino que de la forma en la que los consumimos. Lamentablemente no todo lo que brilla es oro, ni todo lo que es de papel es sustentable. Publicación: La Tercera. La Tierra está enferma, ya no es ninguna novedad. Hemos diagnosticado al paciente y, al parecer, tiene un severo caso de “humanos”. Sin embargo -y a pesar de que seamos una de las principales causas de su enfermedad- simultáneamente estamos tomando el rol de doctores, intentando encontrar el mejor tratamiento posible.
Al igual que un niño que se encuentra desarrollando un cuadro de fiebre, la temperatura promedio superficial de la Tierra va en un aumento progresivo. Las causas y consecuencias de esta enfermedad son de conocimiento público. El aumento en emisiones de gases efecto invernadero ha alterado los patrones climáticos, derritiendo hielos y aumentando el nivel del mar, entre otras consecuencias. Sin embargo, no muchos conocen sobre el tratamiento que este paciente enfermo necesita, ni sobre la expectativa de vida que tiene. ¿Qué tanto le tenemos que bajar la temperatura a la Tierra? Actualmente, nos encontramos en un estado de sobrecalentamiento de aproximadamente +1°C en comparación a temperaturas preindustriales, anomalía que ya está mostrando importantes secuelas medioambientales. En el año 2015, se llevó a cabo la COP 21 en París, cumbre medioambiental donde se estableció como meta crucial mantener la temperatura de la Tierra en un umbral máximo de +2°C. Luego, en 2018, se publicó un reporte del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) advirtiendo sobre los peligros de llegar a los +2°C, haciendo énfasis en que el objetivo debiese ser limitar el aumento de temperaturas a +1,5°C. Las diferencias entre ambos umbrales serían considerables: las olas de calor aumentarían en 2,6 veces y el nivel del mar en 60 mm adicionales, la pérdida de biodiversidad podría llegar al doble y los arrecifes de coral podrían desaparecer prácticamente por completo. Entonces, las pregunta que muchos se hacen son: ¿estamos cumpliendo los compromisos suficientes para limitar estas catástrofes medioambientales? y ¿podremos llegar a limitar la temperatura promedio hasta +1,5°C? La respuesta no es muy auspiciosa. En base a las políticas globales actuales, nos encontramos en vías de llegar a una anomalía de temperatura de +3,3°C a fines de este siglo. Incluso si es que hacemos la suposición que todos los países se comprometerán a llevar a cabo las políticas más optimistas, que han sido presentadas hasta el momento, estaríamos hablando de un aumento de aproximadamente +3,0°C. Las organizaciones científicas que han calculado estas proyecciones incluso señalan que son escenarios conservadores, advirtiendo que, si no se incorporan oportunamente políticas de reducción de emisiones de gases efecto invernadero, podríamos fácilmente llegar a un escenario de +4,0°C. A nivel país, el comportamiento de Chile en cuanto a políticas de cambio climático se encuentra catalogado como “altamente insuficiente” para cumplir las metas propuestas en la COP 21. De hecho, como métrica referencial se señala que, si todos los países del mundo tuviesen el nivel de acción que tiene Chile, llegaríamos a superar los +4°C a fines de este siglo. En diciembre de este año se celebrará la COP 25 en Chile. Sin embargo, todavía está por verse si será una verdadera ocasión de celebración. Es evidente que nuestras ambiciones actuales no son suficientes para compensar el impacto medioambiental que hemos generado en el planeta. Por lo tanto, es fundamental enfatizar la urgencia por tomar acción, y por, sobre todo, respaldar esas buenas intenciones con políticas, leyes y herramientas de gobernanza que obliguen a cumplir los objetivos necesarios para comenzar a resolver este problema. Aun así, fuimos testigos de cómo en la misma COP 21 -donde se firmaron acuerdos legalmente vinculantes- hubo países que posteriormente decidieron no cumplir con sus compromisos de reducción de emisiones. Esperemos que, en esta ocasión, no nos quedemos en buenas intenciones y entendamos que no solo se encuentra en juego nuestro medioambiente o el mundo natural, sino también nuestro propio bienestar y capacidad de subsistir como especie. En muchos sentidos, somos el virus que tiene a este paciente con fiebre. Ahora tenemos que darnos cuenta de que también podemos ser su doctor, ya que está a nuestro alcance el tratamiento. Publicación: Diario Sustentable. Una señora y su hijo se sientan en un restaurant de sushi. Luego de hacer el pedido, la señora le dice al mesero: “Las bebidas las puede traer sin bombilla, por favor”.
Cuando el hijo le pregunta el motivo de su comentario, la señora le explica: “Es que las bombillas son muy peligrosas para los animales que se encuentran en el océano y debemos actuar de forma sustentable”. Lo que la señora no sabe, es que su pedido de sushi tiene una huella plástica considerablemente mayor que la de esa bombilla. Ubicada entre Hawaii y California, la Gran Isla de Basura del Pacífico (GIBP) es un claro ejemplo de los extremos a los cuales ha llegado la contaminación plástica oceánica. Teniendo una superficie equivalente a 3 veces el tamaño de Francia, la GIBP es la más grande de distintas acumulaciones de basura, que hoy se encuentran flotando en diversos océanos del planeta. El problema es grave: durante los últimos 10 años, hemos producido más plástico que durante todo el siglo pasado. Cerca de 300 millones de toneladas de plástico son producidas cada año. De todo ese plástico, aproximadamente 8 millones de toneladas terminan directamente en el océano. Se estima que apenas un 9% de todo el plástico producido globalmente, termina siendo reciclado. Esto tiene consecuencias evidentes para la flora y fauna marina. Aves costeras en sectores como Australia, han mostrado tener hasta 35 piezas de plástico en sus cavidades estomacales. Especies de mayor tamaño, como ballenas, han llegado a tener hasta 250 piezas. Un escenario realmente espeluznante en términos de sustentabilidad y preservación de la biodiversidad. Resulta indiscutible entonces, argumentar que no debemos usar bombillas o bolsas plásticas, y desde luego, que es importante reducir el uso de plásticos de “un solo uso”. Pero volvamos rápidamente a la GIBP. Siendo la isla de basura oceánica más grande del mundo, es sin duda un caso representativo de la contaminación plástica que está sufriendo nuestro planeta. La organización The Ocean Cleanup, comprometida a limpiar los océanos del mundo, hizo un estudio en 2018 para determinar los contenidos encontrados en esta isla de basura marina. Resulta que de las 80 mil toneladas de plástico que se encuentran en la isla, la mayoría proviene de equipamiento y artículos de pesca. No solamente eso, sino que un alarmante 46% del plástico, consiste únicamente en mallas de pesca que han sido cortadas o descartadas durante actividades pesqueras. Las bombillas por otro lado, representan aproximadamente un 0,03% del plástico encontrado en el océano. El resto de los residuos se compone de elementos como: cuerdas, trampas, bolsas de pesca, separadores y boyas. Todos elementos plásticos -utilizados de manera indiscriminada y desechable- durante los procesos de pesca masiva e industrializada que actualmente se llevan a cabo en distintos lugares del mundo. Entonces, volviendo al restaurant de sushi, quizás es importante replantearnos el problema del plástico. Si bien nuestro uso de plásticos desechables como las bolsas y bombillas tiene un impacto medioambiental, nuestros hábitos de consumo pueden llegar a tener consecuencias considerablemente mayores. Se estima que para el año 2050, habrá más plástico que peces en el océano. Dependerá sólo de nosotros escribir el futuro de nuestros océanos, y encargarnos de que este macabro pronóstico, no se cumpla. Publicación: La Tercera. Juan se acaba de enterar que en su empresa se está organizando una huelga para exigir mejores salarios a todos los empleados. Entre sus compañeros se corre la voz para que todos participen, ya que así la huelga sería más efectiva. Luego de pensarlo unos minutos, Juan concluye que pueden ocurrir una de dos cosas: que efectivamente se consiga el aumento salarial o bien, que las cosas sigan como están. En el primer escenario, Juan asume que, si la huelga consigue su objetivo, se verá beneficiado por la mejora salarial, pero si así no fuera, probablemente sería mejor no adherirse para mantener buenas relaciones con sus superiores. El único problema es que, si todos los empleados pensaran igual que Juan, los potenciales beneficios nunca se harían realidad. Esto es lo que se conoce como “Teoría de juegos” y describe una variedad de escenarios y situaciones sociales donde la participación de la ciudadanía se ve condicionada por el razonamiento individual que cada uno tiene. Las decisiones que tomamos se ven afectadas por distintos factores, como, por ejemplo, los beneficios que podríamos llegar a obtener de dicha participación versus el riesgo o esfuerzo en participar. Es en este contexto que aparece el concepto de “cooperadores condicionales”. Psicólogos y neurobiólogos han usado este término para describir lo que, al parecer, sería gran parte de la población mundial. La palabra “cooperar” tiene como significado “trabajar junto a otros por un objetivo común”. Básicamente, un cooperador condicional está dispuesto a cooperar en una causa o problema sólo si es que siente que hay suficientes personas dispuestas a hacerlo. Es decir, en general, los seres humanos no nos encontramos dispuestos a hacer sacrificios individuales, si no que preferimos sumarnos a iniciativas colectivas donde otras personas ya tomaron ese primer paso. En materia de sustentabilidad y conciencia medioambiental ocurre algo similar. El impacto individual suele subestimarse: ¿para qué voy a reciclar si sólo soy una persona? Un claro ejemplo de esto ha sido la incorporación de la comida vegetariana o vegana en nuestra dieta. En Estados Unidos, en el 2014 sólo un 1% de la población se identificaba como vegana y en el 2017 esta cifra aumentó a un 6%. Esto puede no parecer mucho, pero es un aumento de un 600% en un período de sólo 3 años. Tendencia que, según predicciones de distintos lugares del mundo, seguirá en aumento. Esto debido al cambio cultural y a la creciente oferta de alternativas vegetarianas o veganas, lo cual, a su vez, se debe al aumento de demanda por parte de la ciudadanía. Este es sólo un ejemplo de conductas individuales que terminan resultando en una cooperación colectiva. Una interrogante que queda en el aire es si lograremos dejar de lado nuestros intereses individuales a tiempo para trabajar de manera conjunta y así obtener los mayores dividendos a futuro como especie. Luchar contra nuestro instinto racional individualista para dar paso a conductas que nos permitan garantizar nuestra supervivencia colectiva. A fin de cuentas, al ayudar al otro, también nos estamos ayudando a nosotros mismos, a nuestros hijos, nietos y a las futuras generaciones por venir. Publicación: El Mercurio. ![]() Pequeño, exclusivo, lujoso. Estos son algunos términos con los que asociamos el concepto “boutique”. Derivado de la palabra francesa que significa “tienda pequeña”, al parecer este concepto llegó para quedarse en el mercado mundial y Chile no es la excepción. En Santiago, se pueden encontrar distintos tipos de comercio y proyectos boutique. Entonces, ¿qué tipo de experiencia ofrece una iniciativa boutique y en qué se diferencia de una común? Mientras en el pasado se asociaba el lujo con el derroche de recursos, hoy los consumidores de experiencias boutique ven un valor agregado en un proyecto que incorpora conceptos como el bienestar y la sustentabilidad. Esto se puede materializar en proyectos del segmento comercial, residencial e incluso hotelero. Cuando se habla de un proyecto sustentable se puede asociar a distintas estrategias de sustentabilidad o responsabilidad medioambiental. Algunos ejemplos, son la incorporación de aislación térmica continua, cristales de alto performance energético, fachadas ventiladas, protecciones solares y sistemas activos de alta eficiencia en materia de climatización, iluminación y agua caliente sanitaria. Incluso, hoy en día estamos viendo la incorporación de domótica mediante la automatización de la arquitectura gracias a la tecnología. Proyectos sustentables que contemplan una o varias de estas estrategias van al alza. En primer lugar, por temas de responsabilidad medioambiental, y porque este modelo de negocio ha demostrado ser rentable en el tiempo, además de permitir a inmobiliarias y mandantes elevar la plusvalía de sus proyectos. Por lo tanto, suele aparecer la pregunta de cómo se costea esta sobreinversión, ¿realmente se pagan a sí mismos los proyectos sustentables? Lo cierto es que medidas de sustentabilidad y eficiencia energética que son implementadas de manera óptima han probado rendir frutos. Esto es básicamente, entregando buenos retornos de inversión y ahorros monetarios a largo plazo. Sin embargo, existen beneficios indirectos aún más significativos, que en muchas ocasiones son ignorados. Por ejemplo, estudios han demostrado que los alumnos que se encuentran expuestos a iluminación natural mejoran sus calificaciones en un 26% y que pacientes en hospitales con habitaciones que tienen vistas al exterior, piden 30% menos medicamentos para el dolor y tienen estadías más cortas. Asimismo, empleados que trabajan en lugares conectados con la naturaleza, muestran mayores índices de productividad y felicidad. En este ámbito es que aparecen las “certificaciones verdes” como LEED (Leadership in Energy and Environmental Design) y WELL, del International Well Building Institute, entre otras. Estas certificaciones funcionan como sistemas de calificación que permiten evaluar y recompensar la incorporación de distintas estrategias de sustentabilidad en un proyecto. Son muchos los beneficios que puede traer plantearse el desarrollo de un modelo de negocios desde un punto de vista sustentable. En este sentido, es esencial entender que los beneficios no son únicamente medioambientales, sino que de “triple impacto”, ya que cualquier iniciativa sustentable exitosa logrará hacerse cargo del bienestar social, económico y medioambiental, obteniendo frutos en estos aspectos a largo plazo. ¿Qué le depara a Chile en cuanto a proyectos boutique? Probablemente seguiremos viendo la incorporación de conceptos de sustentabilidad en el mercado debido a la creciente demanda por parte de los consumidores, tanto de productos como de experiencias. Dicha demanda deberá ser compensada con una oferta por parte del mercado, la cual ya se encuentra creciendo rápidamente. Por otra parte, casos de éxito de proyectos boutique sustentables fomentan una sana competencia dentro de la industria, elevando el nivel y las expectativas del consumidor, transformándose en un ejemplo a seguir para futuras iniciativas. Sólo queda por ver quién será el próximo en dar el siguiente paso y con qué nos sorprenderá. Publicación: UChile. La palabra “economía” nace etimológicamente del concepto griego de “oikos” cuyo significado era “hogar” - y posteriormente “oikonomia” - que significara “administración del hogar”. La palabra “ecología”, incorpora el concepto de “oikos”, agregando “logía” – derivado del término “logos” - lo cual se traduce indirectamente en “ciencia”.
Resulta paradójico entonces, que estas dos palabras hermanas hayan nacido de un mismo concepto, siendo que hoy, parecieran asumir un rol antagónico en lo que respecta al desarrollo humano. Si la Tierra es nuestro hogar, ¿Cómo la debemos administrar? ¿Desde un punto de vista económico o ecológico? Afortunadamente, la ciencia ha permitido vincular estas dos perspectivas de desarrollo y entregarnos una visión holística sobre esta interrogante. William Nordhaus fue uno de los recientes ganadores del Premio Nobel en Ciencias Económicas. Una de las razones por las que fue galardonado, fue por lograr crear un modelo económico que fuese capaz de cuantificar de manera efectiva los impactos medioambientales - como el cambio climático - en materia económica. La ocurrencia de eventos climáticos extremos ha aumentado considerablemente durante los últimos años, generando pérdidas del orden de $320 billones de dólares a nivel mundial durante 2017, según el Insurance Information Institute. Esto implica, que incluso quienes aún miran con escepticismo las problemáticas medioambientales, deben comprender que existe una dependencia inevitable entre “economía” y “ecología”. Algo que ya no trata únicamente de un tema de responsabilidad moral, sino que de supervivencia social y financiera a nivel global. Resulta crítico entonces, reconocer esta realidad tanto en sus oportunidades como en sus amenazas, para reconciliar estos dos conceptos en pos de nuestro propio bienestar. Sólo de esa forma seremos capaces de volver a administrar de manera adecuada, este mundo que llamamos nuestro hogar. Publicación: El Mostrador. La preocupación por el medioambiente es algo que últimamente se encuentra en boga, pues ya hemos sido advertidos que La Tierra es única y que se encuentra en peligro. Frecuentemente aparecen nuevas campañas para cuidar nuestro planeta, que parecieran aumentar como una marea - sin embargo ¿Estamos siendo eficientes en nuestro actuar?
Si miramos al planeta de la forma en que un doctor mira a un paciente, debemos realizar un claro diagnóstico. Estamos enfermos en materia de contaminación, recursos naturales y energía, necesitando un inmediato y eficiente tratamiento. No obstante, pareciera ser que estamos intentando curar un cáncer, recetando Paracetamol. Las bombillas plásticas – tan repudiadas hoy en día – conforman sólo el 0.03% del plástico en el océano, según reportes de Bloomberg. Las mallas de pesca en cambio, el 46%. El consumo energético en iluminación de la vivienda promedio en Chile, representa un 3% de su gasto anual, mientras que la calefacción constituye cerca de un 56% - y sin embargo se insta constantemente el cambio a ampolletas LED - sin referirse a la aislación térmica. Se promueve con un afán sinigual el ahorro de agua domiciliario, cuando pocos saben que sólo 1 kg de carne tiene una huella hídrica de aproximadamente 15.000 litros de agua. Estas cosas y tantas otras, son el verdadero cáncer de La Tierra – y si bien por supuesto es valioso aportar con pequeñas iniciativas – es crítico que cuestionemos esta marea de información que recibimos y que tomemos un rol proactivo de educación y empoderamiento ciudadano. Sólo con un esfuerzo conjunto, pero por sobre todo eficiente, seremos capaces de dar un real tratamiento a este cáncer que hoy por hoy, nos tiene enfermos. Publicación: Diario Estrategia. Se escucha decir en estos días que "somos la primera generación de seres humanos que realmente está sintiendo los efectos del cambio climático, pero somos los últimos que tendremos una oportunidad para revertirlo", a propósito de la Conferencia por el Cambio Climático de París, y esta declaración resulta ser una gran verdad.
Lo que las sociedades esperan de cualquier encuentro de este tipo es que se fijen nuevas metas y objetivos ambiciosos con respecto a la reducción de gases de efecto invernadero y a la preservación general del medioambiente. Ahora bien, la COP 21 tiene una relevancia particular, ya que según la comunidad científica estamos en un "punto de inflexión" con respecto al calentamiento atmosférico global. Nos encontramos en camino a sobre-calentar nuestra atmósfera en temperaturas promedio globales de 2°C. Este es un umbral que según indican predicciones climáticas, traería con el paso de los años consecuencias que serían de alto impacto humano y económico, pero que serían manejables. Sin embargo, si seguimos haciendo uso predominante de los combustibles fósiles —carbón, petróleo, gas natural- al mismo ritmo como hasta ahora, pasaríamos a estar en escenarios donde la Tierra se sobrecalentaría en 4°C o más, lo cual trae consecuencias graves y aún más irreversibles. Una de las soluciones que ayudan a combatir el cambio climático es utilizando la energía de forma eficiente, pero ¿qué significa esto? La eficiencia energética es clave, ya que de alguna forma es el nexo entre el uso de combustibles fósiles y las energías renovables. La eficiencia energética ha ayudado a que sistemas de uso de energía basados en combustibles fósiles, sean mejores (o menos perjudiciales) para nuestro entorno. Para cumplir con los objetivos propuestos en la COP 21, debemos mirar hacia el futuro pensando en una transición completa desde los combustibles fósiles hacia las energías renovables. Este cambio, por supuesto, puede tomar décadas, pero es crucial comenzar a impulsarlo hoy. |
AutorPatrick Spencer Grove Archivos
November 2022
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