Publicación: La Tercera. Quizás estás leyendo este artículo mientras estás haciendo shopping o mientras almuerzas. Quizás te importa el medio ambiente, realizas acciones que te han dicho son sustentables y piensas que estás generando un impacto positivo en el planeta. Pero quizás, no estás al tanto de la huella oculta que tiene tu estilo de vida. Bueno, esta columna es para ti.
¿Qué se nos viene a la mente cuando pensamos en conductas sustentables? Quizás pensamos en cerrar bien la llave del agua, apagar la luz, o usar un automóvil híbrido. Tiene sentido, ya que todas son conductas que nos han asegurado son piedras angulares de la sustentabilidad. Sin duda alguna, debiéramos adoptar la mayoría de éstas, pero ¿son lo más significativo que podemos hacer en términos medioambientales? En cuanto al uso del agua, por ejemplo, un grifo de lavamanos en mal estado que filtra una gota por minuto desperdiciará aproximadamente 128 litros de agua al año. No cerrar el mismo grifo mientras nos cepillamos los dientes, podría gastar unos 2.848 litros al año. Cifras que suenan alarmantes y que, por supuesto, hay que considerar. Sin embargo, sólo 1 par de pantalones blue jeans tiene una huella hídrica de producción que puede llegar a los 6.800 litros de agua. Por otra parte, 1 kilogramo de carne de vacuno tiene una huella de 15.500 litros de agua. Por lo tanto, ese corte de carne que uno “tira a la parrilla” sin pensarlo dos veces, tiene una huella hídrica que equivale a grifos filtrando agua en 121 casas durante un año completo. En términos de energía, las ampolletas LED han sido la gran consigna de ahorro energético en nuestros hogares. Sin embargo, la vivienda promedio en Chile usa cerca del 3% de su energía en iluminación. El 56% la energía se gasta en calefacción, debido a los mediocres estándares de reglamentación térmica con los que se han construido la mayoría de las viviendas en el país. En cuanto a emisiones de gases efecto invernadero, si se cambia 1 ampolleta tradicional por 1 ampolleta LED, esa vivienda estaría reduciendo cerca de 90 kilogramos de emisiones de CO2 anualmente. Por otra parte, 1 kilogramo de carne tiene una huella de 27 kilógramos de CO2. Si suponemos que en un asado promedio se consumen cerca de 3 kilogramos de carne, ya estaríamos perdiendo lo ahorrado por la ampolleta LED en cuanto emisiones. El dióxido de carbono y la contaminación del aire es un tema que solemos escuchar se resolverá con la electro-movilidad y los automóviles híbridos. Bueno, si hacemos el cálculo nos daremos cuenta de que un automóvil bencinero promedio emite cerca de 4,6 toneladas de CO2 al año. Paralelamente, la huella de fabricación de un auto híbrido puede ir entre las 6,0 y 35,0 toneladas de CO2. Esto significa que, si pensamos cambiar nuestro automóvil bencinero antiguo por una nueva SUV híbrida, la huella de CO2 de fabricación de esa SUV sería equivalente a seguir usando el automóvil antiguo durante unos 7 años. Esto no significa que no debamos cambiar nuestras ampolletas a tecnología LED o que no nos sumemos a la transición de la electro-movilidad. Simplemente significa que es importante considerar la huella oculta que hay detrás de nuestro estilo de vida, particularmente asociada a nuestra cultura de consumo. A medida que se amplifica la desconexión entre nuestro estilo de vida y los procesos que nos permiten tenerlo, la capacidad de evaluar nuestras propias conductas con una mirada crítica disminuye de manera sustancial. Nos encontramos inmersos en una sociedad donde nos alimentamos gracias al fast food, nos vestimos gracias al fast fashion y si algo no nos satisface, siempre podemos desecharlo ya que mañana encontraremos una nueva versión del producto y a un precio asequible. Por lo tanto, la próxima vez que pienses en sustentabilidad, recuerda cerrar bien la llave y bajarte de tu automóvil bencinero. Pero recuerda también ir un paso más allá y pensar en tu verdadera huella medioambiental. Esa huella indirecta, oculta e ignorada, que nos genera un gran daño del cual no nos estamos percatando. Publicación: Franca Magazine. Mientras el mundo pone su atención sobre la prohibición de bombillas y bolsas plásticas, hay un actor que se mueve sigilosamente en el fondo de esta película de terror medioambiental: la industria de la moda.
La fabricación de ropa y textiles forma parte del sector industrial es responsable de un 21% de las emisiones de gases efecto invernadero a nivel global. El consumo y la producción de ropa ha aumentado de manera importante en el último tiempo. Actualmente, se compran más de 80 billones de prendas al año. Esto es un aumento de un 400% con respecto a lo que comprábamos en el año 2000. Y si bien la población ha crecido –y por lo tanto tenemos más bocas que alimentar y más cuerpos que vestir– esa no es la única causa de este problema. La vida rápida Anteriormente se tenían dos recambios de ropa al año, separados en dos temporadas: otoño-invierno y primavera-verano. Hoy tenemos prácticamente 52 temporadas al año, con cadenas de retail como H&M, Zara y Forever 21 entre otras, que realizan recambios de ropa de manera semanal. Hemos entrado en el paradigma del fast fashion. Notar esto es muy importante, porque la industria de la moda tiene un considerable impacto medioambiental. La gran mayoría de las prendas se confeccionan a partir de algodón, que en ocasiones se encuentra genéticamente modificado y que además necesita de enormes cantidades de agua para producirse. A modo de ejemplo, una polera de algodón necesita de 2.700 litros de agua para fabricarse, mientras que un par de jeans tiene una huella que puede llegar a los 6.800 litros. Fácil de comprar, fácil de desechar Bueno, ¿pero qué vamos a hacer? Seguramente no vamos a dejar de vestirnos o usar ropa por el medioambiente. Una vez más –y similar a lo que ocurre con otros aspectos de nuestro estilo de vida, como nuestros hábitos alimenticios– el problema no radica en los productos de consumo, sino más bien en la forma en la que los estamos consumiendo. Un estudio realizado a 2.000 mujeres del Reino Unido el año 2015, indicó que las mujeres en promedio usan una prenda de ropa solo siete veces antes de desecharla. Esto significa que hay prendas que son utilizadas solo una vez en toda su vida útil. En el año 2013, el Wall Street Journal realizó un reportaje afirmando que las personas de nivel socioeconómico alto usan aproximadamente el 20% de su vestuario de manera regular. El 80% de las prendas pocas veces sale del clóset y por lo tanto termina siendo desechada. Estos hábitos nos han llevado a que, por ejemplo, una persona promedio en Estados Unidos, hoy, deseche más de 30 kilogramos de ropa al año. Tenemos que vestirnos para vivir, no vivir para vestirnos En un mundo donde lo barato, desechable y rápido está creciendo diariamente, es importante detenerse y tomarse el tiempo de cuestionar nuestros hábitos de consumo. Los conceptos de fast food, fast fashion y vida fast, al parecer no se irán a ningún lado por el momento. Pero, al menos, la próxima vez que pensemos en comprar ropa, podríamos pensar en cuánto uso realmente le vamos a dar. Además, ya que nos estamos tratando de acostumbrar a rechazar los famosos “plásticos de un solo uso”, aprovechemos también de reducir nuestro consumo de “ropa de un solo uso”. Le estaremos haciendo un favor a nuestros bolsillos y también al medioambiente. |
AutorPatrick Spencer Grove Archivos
November 2022
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