Publicación: Diario Sustentable. Una señora y su hijo se sientan en un restaurant de sushi. Luego de hacer el pedido, la señora le dice al mesero: “Las bebidas las puede traer sin bombilla, por favor”.
Cuando el hijo le pregunta el motivo de su comentario, la señora le explica: “Es que las bombillas son muy peligrosas para los animales que se encuentran en el océano y debemos actuar de forma sustentable”. Lo que la señora no sabe, es que su pedido de sushi tiene una huella plástica considerablemente mayor que la de esa bombilla. Ubicada entre Hawaii y California, la Gran Isla de Basura del Pacífico (GIBP) es un claro ejemplo de los extremos a los cuales ha llegado la contaminación plástica oceánica. Teniendo una superficie equivalente a 3 veces el tamaño de Francia, la GIBP es la más grande de distintas acumulaciones de basura, que hoy se encuentran flotando en diversos océanos del planeta. El problema es grave: durante los últimos 10 años, hemos producido más plástico que durante todo el siglo pasado. Cerca de 300 millones de toneladas de plástico son producidas cada año. De todo ese plástico, aproximadamente 8 millones de toneladas terminan directamente en el océano. Se estima que apenas un 9% de todo el plástico producido globalmente, termina siendo reciclado. Esto tiene consecuencias evidentes para la flora y fauna marina. Aves costeras en sectores como Australia, han mostrado tener hasta 35 piezas de plástico en sus cavidades estomacales. Especies de mayor tamaño, como ballenas, han llegado a tener hasta 250 piezas. Un escenario realmente espeluznante en términos de sustentabilidad y preservación de la biodiversidad. Resulta indiscutible entonces, argumentar que no debemos usar bombillas o bolsas plásticas, y desde luego, que es importante reducir el uso de plásticos de “un solo uso”. Pero volvamos rápidamente a la GIBP. Siendo la isla de basura oceánica más grande del mundo, es sin duda un caso representativo de la contaminación plástica que está sufriendo nuestro planeta. La organización The Ocean Cleanup, comprometida a limpiar los océanos del mundo, hizo un estudio en 2018 para determinar los contenidos encontrados en esta isla de basura marina. Resulta que de las 80 mil toneladas de plástico que se encuentran en la isla, la mayoría proviene de equipamiento y artículos de pesca. No solamente eso, sino que un alarmante 46% del plástico, consiste únicamente en mallas de pesca que han sido cortadas o descartadas durante actividades pesqueras. Las bombillas por otro lado, representan aproximadamente un 0,03% del plástico encontrado en el océano. El resto de los residuos se compone de elementos como: cuerdas, trampas, bolsas de pesca, separadores y boyas. Todos elementos plásticos -utilizados de manera indiscriminada y desechable- durante los procesos de pesca masiva e industrializada que actualmente se llevan a cabo en distintos lugares del mundo. Entonces, volviendo al restaurant de sushi, quizás es importante replantearnos el problema del plástico. Si bien nuestro uso de plásticos desechables como las bolsas y bombillas tiene un impacto medioambiental, nuestros hábitos de consumo pueden llegar a tener consecuencias considerablemente mayores. Se estima que para el año 2050, habrá más plástico que peces en el océano. Dependerá sólo de nosotros escribir el futuro de nuestros océanos, y encargarnos de que este macabro pronóstico, no se cumpla. Transmisión: CNN Chile. En nuestra sección “Imperdibles Futuro 360”, como siempre, les compartimos informaciones de actualidad, datos útiles y recomendaciones. Llevamos años escuchando sobre la amenaza el cambio climático, sin embargo, no siempre entendemos o dimensionamos sus efectos.
La aplicación móvil “2030 Challenge”, desarrollada por el arquitecto Patrick Spencer de la Universidad Andrés Bello, entrega una solución. De forma didáctica, explica problemas a través de diferentes secciones: Aire, Energía, Nivel del Mar y Alimentación, entre otras, además de una denominada “¿Qué puedo hacer yo?” Esta última, indica acciones simples que uno puede hacer en día a día y que ayudan a combatir colaborativamente este fenómeno mundial. Además, tiene un contador de huella de carbono para analizar cuánto estamos contaminado a diario. Les recomendamos esta aplicación, que es muy útil. Publicación: La Tercera. Juan se acaba de enterar que en su empresa se está organizando una huelga para exigir mejores salarios a todos los empleados. Entre sus compañeros se corre la voz para que todos participen, ya que así la huelga sería más efectiva. Luego de pensarlo unos minutos, Juan concluye que pueden ocurrir una de dos cosas: que efectivamente se consiga el aumento salarial o bien, que las cosas sigan como están. En el primer escenario, Juan asume que, si la huelga consigue su objetivo, se verá beneficiado por la mejora salarial, pero si así no fuera, probablemente sería mejor no adherirse para mantener buenas relaciones con sus superiores. El único problema es que, si todos los empleados pensaran igual que Juan, los potenciales beneficios nunca se harían realidad. Esto es lo que se conoce como “Teoría de juegos” y describe una variedad de escenarios y situaciones sociales donde la participación de la ciudadanía se ve condicionada por el razonamiento individual que cada uno tiene. Las decisiones que tomamos se ven afectadas por distintos factores, como, por ejemplo, los beneficios que podríamos llegar a obtener de dicha participación versus el riesgo o esfuerzo en participar. Es en este contexto que aparece el concepto de “cooperadores condicionales”. Psicólogos y neurobiólogos han usado este término para describir lo que, al parecer, sería gran parte de la población mundial. La palabra “cooperar” tiene como significado “trabajar junto a otros por un objetivo común”. Básicamente, un cooperador condicional está dispuesto a cooperar en una causa o problema sólo si es que siente que hay suficientes personas dispuestas a hacerlo. Es decir, en general, los seres humanos no nos encontramos dispuestos a hacer sacrificios individuales, si no que preferimos sumarnos a iniciativas colectivas donde otras personas ya tomaron ese primer paso. En materia de sustentabilidad y conciencia medioambiental ocurre algo similar. El impacto individual suele subestimarse: ¿para qué voy a reciclar si sólo soy una persona? Un claro ejemplo de esto ha sido la incorporación de la comida vegetariana o vegana en nuestra dieta. En Estados Unidos, en el 2014 sólo un 1% de la población se identificaba como vegana y en el 2017 esta cifra aumentó a un 6%. Esto puede no parecer mucho, pero es un aumento de un 600% en un período de sólo 3 años. Tendencia que, según predicciones de distintos lugares del mundo, seguirá en aumento. Esto debido al cambio cultural y a la creciente oferta de alternativas vegetarianas o veganas, lo cual, a su vez, se debe al aumento de demanda por parte de la ciudadanía. Este es sólo un ejemplo de conductas individuales que terminan resultando en una cooperación colectiva. Una interrogante que queda en el aire es si lograremos dejar de lado nuestros intereses individuales a tiempo para trabajar de manera conjunta y así obtener los mayores dividendos a futuro como especie. Luchar contra nuestro instinto racional individualista para dar paso a conductas que nos permitan garantizar nuestra supervivencia colectiva. A fin de cuentas, al ayudar al otro, también nos estamos ayudando a nosotros mismos, a nuestros hijos, nietos y a las futuras generaciones por venir. |
AutorPatrick Spencer Grove Archivos
November 2022
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